Comentario
XVI
Cómo muría el cazonci y las cirimonias con que le enterraban
Siendo muy viejo el que era cazonci, en su vida empezaba a mandar algún hijo suyo, que le había de subceder en el reino, y no dejaba de ser del todo rey el viejo, mas tenían esta costumbre; pues estaba enfermo el cazonci viejo, y llegábanse a curalle todos sus médicos, que eran muchos, entonces enviaba por médicos de toda la provincia y venían a curalle, y trabajaban mucho por curalle, y como vían questaba peligroso y de muerte, inviaban a llamar todos los caciques de la provincia, y todos los señores y valientes hombres, y todos los gobernadores, y los que tenían cargos del cazonci y venían todos a visitalle, el que no venía teníanle por traidor; y saludábanle todos, y dábanle sus presentes, si estaba muy al cabo. Ya que era de muerte, no dejaban entrar allá a nadie, donde él estaba, aunque fuesen señores, y estaban todos en el patio, delante sus casas, y los presentes que traían, cuando no se los rescibían, poníanlos en un portal, donde estaba su silla y insignias de señor. Pues moría el cazonci, sabiéndolo los señores questaban en el patio, alzaban grandes voces llorando por él, y abrían las puertas de su casa, y entraban donde estaba, y ataviábanle. Primeramente bañábanle todos los señores que andaban allí, muy diligentes y los viejos sus continuos y bañaban todos aquellos que había de llevar consigo y ataviábanle desta manera; puníanles junto a las carnes, una camiseta de las que usaban los señores, muy delgada, y una cotaras de cuero, y poníanle al cuello unos huesos de pescados blancos muy preciados entre ellos, y cascabeles de oro en las piernas y en las muñecas piedras de turquesas, y un tranzado de plumas, y unos collares de turquesas al cuello, y unas orejeras grandes de oro en las orejas, y dos brazaletes de oro en los brazos, y un bezote grande de turquesas, y hacíanle una cama de muchas mantas de colores muy alta, y ponían aquellas mantas en unas tablas anchas, y a él poníanle encima y atábanle con unas trenzas, y cobríanle con muchas mantas encima, como que estuviese en su cama, y atravesaban por debajo unos palos, y hacían otro bulto encima dél, de mantas con su cabeza, y ponían en aquel bulto un gran plumaje de muchas plumas muy largas verdes, muy ricas, y unas orejeras de oro, y sus collares de turquesas, y sus brazaletes de oro, y su tranzado muy bueno, y poníanle sus cotaras de cuero y su arco y flechas y su carcax de cuero de tigre, y todas sus mujeres daban gritos y lloraban por él.
Componían así mismo, toda la gente de hombres y mujeres que había de llevar consigo, los cuales su hijo había señalado para que matasen con él. Llevaba siete señoras: una llevaba todos sus bezotes de oro y de turquesas, atados en un paño, y puestos al pescuezo; otra su camarera; otra que guardaba sus collares de turquesas; otra que era su cocinera; otra que le servía del vino; otra que le daba agua a manos, y le tenía la taza mientras bebía; otra que le daba el orinal, con otras mujeres que servían destos oficios. De los varones llevaba uno que llevaba sus mantas a cuestas; otro que tenía cargo de hacelle guirnaldas de trébol; otro que le entranzaba y otro que llevaba su silla; otro que llevaba a cuestas sus mantas delgadas; otro que llevaba sus hachas de cobre para hacer leña; otro que llevaba un aventadero grande para sombra; otro que llevaba su calzado y cotaras; otro que llevaba sus canutos de olores; un remero, un barrendero de su casa, y otro que bruñía sus aposentos; un portero; otro portero de las mujeres; un plumajero, de los que le hacían sus plumajes, un platero de los que hacían sus bezotes; uno de los que le hacían sus flechas; otro de los que le hacían sus arcos; dos o tres monteros, algunos de aquellos médicos que le curaban y no le pudieron sanar; uno de aquellos que le decían novelas; un chocarrero; un tabernero, que entre todos serían más de cuarenta, y ataviábanlos y componíamos a todos, y dábanles mantas blancas, y llevaban todos estos consigo, todo aquello de sus oficios de que servían al cazonci muerto. Y llevaban ansímismo un bailador y un tañedor de sus atabales, y un carpintero de sus atambores, y querían ir otros sus criados y no los dejaban ir. Decían que habían comido su pan, y que quizá no los trataría como él el señor que había de ser. Poníanse todos guirnaldas en la cabeza de trébol, y amarillábanse las caras y iban tañendo delante, uno, unos huesos de caimanes; otros unas tortugas, y tomábanle en los hombros solos los señores y sus hijos y venían todos sus parientes del apellido de Eneani y Tzacapu hire[ti] y Uanacace. Iban cantando con él, un cantar suyo que empieza de esta manera: "Utayne uze yoca zinatayo maco, etc.", ques ininteligible, por eso no le declaro, y todos llevaban sus insignias de valientes hombres, y sacábanle a la media noche. Iban delante del alumbrando unos hachos grandes de teas. Iban tañendo dos trompetas. Iban delante toda aquella gente que llevaba consigo para matar, y iban barriendo delante del el camino, y decían: "Señor, por aquí has de ir; mira no pierdas el camino." Y poníanse en procesión todos los señores de la provincia, y gran número de gente, y ansí le llevaban hasta el patio de los cúes grandes, donde ya habían puesto una gran hacina de leña seca, concertada una sobre otra, de rajas de pino, y dábanle cuatro vueltas al derredor de aquel lugar donde le habían de quemar, tañendo sus trompetas, y después poníanle encima de aquella leña, así como le traían, y tornaban aquellos sus parientes a cantar su cantar, y ponían fuego al derredor, y ardía toda aquellas leña, y luego achocaban con porras toda aquella gente que los habían emborrachado primero y enterrábanlos detrás del cu de Curicaueri, a las espaldas, con todas aquellas joyas que llevaban, de tres en tres, y de cuatro en cuatro; y como amanecía estaba ya quemado el cazonci hecho ceniza. Y mientras se quemaba estaban allí todos aquellos señores que habían venido con él; y atizaban el fuego, y juntaban toda aquella ceniza, donde había caído el cuerpo quemado, y algunos hosecitos si habían quedado, y todo el oro que estaba derretido y plata y llevábanlo todo a la entrada de la casa de los papas y echábanlo en una manta y hacían un bulto de mantas con todas aquellas cenizas y oro y plata derretido, y ponían a aquel bulto una máscara de turquesas y sus orejeras de oro y su tranzado de pluma y un gran plumaje de muchas plumas verdes muy ricas en la cabeza, y sus brazaletes de oro y sus collares de turquesas y unas conchas del mar, y una rodela de oro a las espaldas y poníanle al lado su arco y flechas y su cuero de tigre en la muñeza y sus cotaras de cuero y cascabeles de oro en las piernas, y hacían, al pie del cu de Curicaueri, al prencipio de las gradas, debajo, una sepultura de más de dos brazas y media en ancho, algo honda, y cercábanla de petates nuevos por de dentro, y en el suelo, y ponían allí una cama de madera dentro, y tomaban aquellas cenizas, con aquel bulto ansí compuesto, un sacerdote de los que llevaban los dioses a cuestas y poníansele a las espaldas, y ansí le llevaban a la sepoltura donde, antes que le pusiesen, habían cercado aquel lugar de rodelas de oro y plata, por de dentro, y a los rincones ponían muchas flechas, y ponían allí muchas olla y jarros y vino y comida, y metían allí una tinaja, donde aquel sacerdote ponía aquel bulto dentro de la tinaja, encima [de] la cama de madera, que mirase hacia Oriente, y ponían allí encima de la tinaja y cama muchas mantas, y echaban allí pet[ac]as y muchos plumajes, con que él bailaba, y rodelas de oro y plata, y otras muchas cosas, y ponían unas vigas atravesadas encima la sepultura y unas tablas y envarábanlo todo por encima, y la otra gente que llevaban consigo, como los habían echado en sus sepulturas, echábanles tierra encima y íbanse todos a bañar, todos los que habían llevado al cazonci muerto y toda la gente, porque no se les pegase la enfermedad. Y iban todos los señores y toda la gente, al patio del cazonci muerto delante [de] sus casas y sacábanles allí mucha comida, que era del cazonci muerto, que la habían hecho para entonces, maíz cocido blanco, y dábanles a todos un poco de algodón blanco con que se limpiasen los rostros, y comían todos y después de comer poníanse todos cada uno por sí, asentados cabiscachos, tristes, y en cinco días ninguno de la cibdad molía maíz en piedras ni hacían lumbre en sus hogares; ninguno hacía tiánguez aquellos días; ni mercadeaba, ni andaba nadie por la cibdad; mas toda la gente estaban tristes por sus casas, y iban todos los caciques de la provincia y los señores, una noche, a las casas de los papas, donde tenían su oración y vela.
XVII
Cómo hacían otro señor y los parlamentos que hacían
Muerto pues el cazonci, y sepultado, como se ha dicho, luego el día siguiente, se juntaban todos los caciques de la provincia en el patio del cazonci muerto, y juntábanse todos los señores más prencipales, el de Cuyuacán y todos los viejos y valientes hombres y los señores que estaban en las cuatro fronteras de la provincia, parientes del cazonci, y entraban en su acuerdo y decían: "¿Qué haremos, señores?, ¿cómo ha de quedar desierta esta casa? ¿ha de quedar escura, y de niebla, que no ha de ser frecuentada? Cuando escondimos a nuestro señor y venimos aquí, si así nos volvemos a nuestras casas, ¿qué sentido llevaremos?" "Pues a coyuntura y sazón venistes aquí, señores, ¿cómo no será bueno que probase a ser señor el que está aquí presente?, ¿cómo ha de quedar desamparada esta casa?" Entonces daba sus causas el hijo del señor, por qué no lo había de ser, y decía: "Séalo mi tío que tiene más experiencia, que yo soy muchacho." Respondía el hermano del señor muerto: "Yo ya soy viejo, prueba tú a ser, señor." Y decíale: "Señor, ¿por qué no quieres acetar de ser señor? ¿cómo ha de quedar desamparada esta casa? ¿quién ha de hablar en la leña de la madre Cuerauáperi, y de los dioses engendradores del cielo y de los dioses de las cuatro partes del mundo, y del dios del infierno y de los dioses que se juntan de todas partes, y de nuestro dios Curicaueri y de la diosa Xarátanga, y de los dioses primogénitos? ¿y la pobre de la gente? ¿quién la tendrá en cargo? Señor, prueba a sello, que ya eres de edad y tienes discreción." Y estaban cinco días hablando sobre esto, importunado que lo acetase, y aceptaba, y decía el que había de ser cazonci y señor: "Caciques y señores, que estáis aquí, que habéis delib[e]rado que acete yo este cargo mira no [o]s apartéis de mí ni seáis rebeldes: yo probaré a tener este cargo. Si no os supiere regir, ruégoos que no me matéis con alguna cosa, mas pacíficamente apartáme del oficio, y quitáme el tramado ques insinia de señor. Si no fuere el que debo ser, si no rigiere bien la gente, si anduviere haciendo mal después de borracho, si hiciese mal a alguno echáme desta casa mansamente: esta costumbre suele ser, y plega a los dioses que yo pueda regir la gente y tenellos a todos. Ya yo os he oído, y hecho lo que habéis querido. Mirá caciques, que no [o]s apartéis de mí, porque si os apartáredes y fuéredes rebeldes, no libraré a ninguno de vosotros de la muerte, si quebráis la cuenta de la leña que se trae para los cúes, y si quebráis los escuadrones y capitanías de las guerras." Y deshacíase aquella consulta, y íbanse todos a sus posadas, y desde a cindo días iban por él a su casa, donde moraba primero, y iba el sacerdote mayor, y todos los señores mayores y caciques, y llegando a su casa, saludábanle y decíanle quanga, que es valiente hombre, esforzado, y él tornábales saludes y decíale el sacerdote mayor: "Señor, por ti venimos, para que entres en la casa de tu padre." Respondía él: "Pláceme de ir, agüelo", que ansí decían a los sacerdotes, y componíase. Poníase una guirnalda de cuero de tigre en la cabeza, y un carcax de cuero de tigre con sus flechas, o de otros animales, de colores, y un cuero de cuatro dedos en la muñeca, y unas manillas de cuero de venado con el pelo y unas uñas de venados en las piernas, que eran insinias de señor, y todos los señores se ponían de aquella manera, y partíanse de su casa, y iban delante del el sacerdote mayor con diez obispos o mayores sobre los otros sacerdotes, compuestos como ellos se solían componer, con sus calabazas y lanzas al hombro. Después iba tras ellos el que había de ser rey, y detrás todos los caciques y señores de la provincia que habían venido por él. Y ya estaban en el patio toda la gente de la cibdad y de fuera, ayuntada, con todas las espías de la guerra, y todos los correos y mensajeros, todos entiznados. Estaban todos por su orden, y estaban todos los sacerdotes en sus procesiones, y las espías y oficiales de los cúes, y llegando el cazonci al patio, saludábanle primero los sacerdotes, y llamábanle quanguapagua, que es majestad, y pasaba por medio de aquellas procesiones dellos, saludando a unos y a otros, a una parte y a otra y traíanle una silla nueva en el portal, que solía estar su padre y asentábase en ella, y como él se asentaba, ayuntábanse en derredor dél todos los señores y caciques y toda la gente concurría allí y levantábase el sacerdote mayor en pie, y decíales desta manera:
XVIII
Razonamiento del Papa y sacerdote mayor y del presente que traían al cazonci nuevo
"Caciques e señores que estáis aquí, ya habemos traído y metido en su casa al rey. ¿Cómo había de estar desamparada esta casa y oscura como niebla o anublada? Perdimos a nuestro señor fulano que murió; agora habemos metido en su casa al que dejó ques su hijo. Esta costumbre nos vino de muchos tiempos ha, de los reyes, que hubiese aquí mucho humo" que es, según su manera de decir y quiere decir, que estando los señores en casa, ponen mucha leña en los hogares y se levanta mucho humo, lo cual no es ansí muriendo, que todo está desierto y oscuro como niebla, por eso decía que era costumbre que hobiese mucho humo, que ansí tienen ellos sus casas humosas, porque no se les pudra la paja. Decía más en su razonamiento aquel sacerdote: "Pues vosotros caciques que estáis aquí de todas las partes, no nos apartemos dél, ayudémosle en los cargos que tenemos a tener y esperar sus mandamientos en vuestros pueblos para la leña que os mandare traer para los cúes de la madre Cuerauáperi y de los dioses celestes engendradores, y los dioses de las cuatro partes del mundo, y los dioses de la man[o] derecha y de la mano izquierda, con todos los demás, con el dios del infierno; que él ha de tener cargo en nombre de Curicaueri y sus hermanos, y la diosa Xarátanga, de hablar sobre esta le[ña]. Mirá caciques que no le quebréis nada desto, mas estad apercibidos cuando os lo hiciere saber, porque el rey ha de despedir la gente de guerra con la leña que se pondrá en los fuegos, para oración y rogativa a los dioses que nos ayuden en las guerras, y no solamente para esto es el rey que agora tenemos, mas para otras muchas cosas: para todos los trabajos [que] mandare en que entendamos y los tinientes y gobernadores de los caciques, cuando ellos no estuvieren en los pueblos, atiendan y esperen lo que les inviare a mudar el rey, y que no será una sola cosa, sino muchas. Sea esto ansí, como se os ha dicho, caciques, y no os apartéis del rey, mas sed obidientes, y vosotros, señores de Mechuacán y de Cuyacan y de Pátzcuaro, y caciques del medio de la provincia, estad todos aparejados para obedecer y ahora íos todos, señores, a vuestras casas. Ya habéis visto cómo nos queda rey, que yo le he metido en esta casa; id alegres y contentos a vuestros pueblos." Acabado su razonamiento asentábase, y levantábase en pie otro señor muy principal, que debía de ser su gobernador, y tornaba amonestar a todos los señores y caciques que obedeciesen al cazonci, y que estuviesen apercibidos para lo que les inviase a mandar, y que no le traspasase ninguno, que por eso era rey y estaba en lugar de su dios Curicaueri y asentábase y estaba[n] todo un día los señores haciendo sus razonamientos a la gente que obedeciesen al cazonci nuevo, todos aquellos señores que estaban puestos en las fronteras para pelear y retener sus enemigos, que avisasen y amonestasen a su gente por los pueblos, que fuesen obidientes al cazonci. Después que habían hablado todos aquellos señores, levantábase el cazonci nuevo y decía: "Ya, señores y caciques, habéis oído a nuestro agüelo, que era aquel sacerdote, sobre todos, ya le habéis oído, lo que yo le mandé decir: plega a los dioses que lo digáis de verdad, que seréis obidientes, y que no sea aquí no más. Ya me habéis traído aquí, y os obedecí en esto: Mira que no quebréis la cuenta de la leña de los cúes: íos pues a vuestras casas y junta vuestra gente en los pueblos y estando allá oiréis lo que os mandare: mira que no quebréis nada desto, y que no sea ahora no más decir de sí, porque no libraré a ninguno de la muerte. Aparejaos a sufrir si fuéredes rebeldes; hacéme a mí merced en esto que os digo; mira que tenemos los escuadrones de guerra; si me quebráis alguno dellos, aparejaos a sufrir y vosotros, señores, que estáis en las fronteras, que tenéis gente de guerra, no quebréis ni traspaséis nada de lo que se os ha dicho; pues íos todos a vuestras casas." Y desta manea quedaba por rey y hacía un convite general a toda la gente, y a la noche iba a su vela a la casa de los papas de Curicaueri y todos los caciques y señores y hacían la cerimonia de la guerra, echando encienso los sacerdotes a la media noche, con sus cirimonias. En amanesciendo, iba el mismo cazonci por leña para los cúes, y todos los señores y las espías de la guerra, y los sacerdotes que echaban encienso en los braseros, y los correos y los otros sacerdotes llamados curitiecha, y los alférez, que llevaban las banderas en las guerras y traían toda aquella leña a los fogones, y poníase el cazonci en un portal que estaba delante su casa, y asentábase en una silla, y tornaban todos los señores y caciques, y toda la otra gente, y tornaba hacelles otro convite general. Entonces toda la gente y caciques y señores, le llevaban sus presentes: mantas de Tierra Caliente, y algodón; otros hachas de cobre y esteras para las espaldas y frutas de Taximaroa, arcos, y ansí según tenía cada uno y despidíanse todos del cazonci, y íbanse a sus pueblos, donde habían venido, y juntaban su gente, y hacíanles saber del nuevo rey y amonestábanles que fueran obidientes. Y después, desde a poco, invivaba el cazonci los sacerdotes llamados curitiecha, para hacer traer leña para los cúes, y traían toda aquella leña la gente de los pueblos en diez días, y alzábanla en el patio grande de los cués, y el sacerdote llamado hirípati entraba en la casa de vela a su oración con los olores, como se contó hablando de la guerra y hacía su sermón sobre aquella leña, como su dios Curicaueri lo había sido ordenado, y entraba ansí mismo el cazonci a su vela, y hacían la cirimonia de la guerra y al tercero día mandaba que fuesen a la guerra, y llamaba todos los señores de su linaje llamados uacúsecha, que son águilas, y juntábanse todos en la casa dicha del águila, dedicada a su dios Curicaueri, y decíales el cazonci nuevo: "¿Cómo habemos de tener con nosotros esta leña de los cúes, y las rajas que se han cortado y los olores que han echado los sacerdotes en los fuegos para las oraciones, y los sacrificadores? ¿hanse de perder todo esto? Pues han llamado la diosa Cuerauáperi y los dioses celestes y los dioses de las cuatro partes del mundo y el dios del infierno, y también lo [h]e hecho saber a Curicaueri y a los señores sus hermanos, y a la diosa Xarátanga y a los dioses primogénitos, y a los dioses llamados Uirauanecha.". Y mandábales que fuesen a la guerra y deshacíase todo aquel ayuntamiento, y íbanse a sus casas y inviaba sus correos y mensajeros por todos los pueblos, que fuesen a la guerra, a todas las fronteras de sus enemigos. Y estaba dos días al cazonci en la cibdad y después decía que quería ir a casa, y ansí lo pensaban todos, que quería ir [a] alguna montería, y era que quería ir [a] alguna entrada. Iban con él, los sacerdotes que ponían el encienso en los braseros, y de la otra gente que habían quedado en la cibdad, y llevaba consigo las trompetas, diciendo que iba a montería y íbase derecho a una frontera que estaba cerca de sus enemigos, llamada Cuinao, y hacía allí una entrada de presto, y tomaba cien cativos o ciento y veinte y tornaba antes que viniese la gente que había inviado a la guerra, y después venían todos los señores y traían muchos cativos para sus sacrificios. Este era el principio de su reinado y quedaba entonces por señor asentado ,y rey, en lugar de su dios Curicaueri, y hacía sacrificio a sus dioses de aquellos cativos que habían traído de las entradas. Y hacía mercedes a todos aquellos que habían cativado esclavos, y casábase con todas aquellas mujeres que habián sido de su padre, y andando el tiempo, le metían en su casa otras hijas de caciques y señores.
XIX
De los agüeros que tuvo esta gente y sueños, antes que viniesen los españoles a esta provincia
Dice esta gente que antes que viniesen los españoles a la tierra, cuatro años continuos, se les hendían sus cúes, desde lo alto hasta bajo, y que lo[s] tornaban a cerrar, y luego se tornaba[n] a hender, y caían piedras como estaban hechos de laxas sus cúes, y no sabían la causa de esto, mas de que lo tenían por agüero. Ansí mismo dicen que vieron dos grandes cometas en el cielo, y pensaban que sus dioses habían de conquistar o destruir algún pueblo, y que ellos habían de ir a destruille, y miraba esta gente mucho en sueños. Decían que sus dioses les aparescian en sueños, y hacían todo lo que soñaban, y hacíanlo saber al sacerdote mayor, y aquél se lo hacía saber al cazonci. Decía, que a los pobres que habían traído leña y se habían sacrificado las orejas, les aparescían en sueños sus dioses, y les decían qué habían dicho, que les darían de comer, y que se casasen con tal o tal persona y si [era alguna cosa de agüero, no la osaban decir al cazonci. Díjome un sacerdote, que había soñado, antes que viniesen los españoles, que venían una gente y que traían bestias, que eran los caballos que él no conocía, y que entraban en las casas de los papas, y que dormían allí con sus caballos, y que traían muchas gallinas que se ensuciaban en sus cúes, y que soñó esto dos o tres veces, con mucho miedo, que no sabía qué era, hasta que vinieron a esta provincia los españoles y llegando a la cibdad posaron en las casas de los papas con sus caballos, donde ellos hacían su oración y tenían su vela, y antes que viniesen [los] españoles, tuvieron todos ellos viruelas y sarampión, de que murió infinidad de gente y muchos señores, y cámaras de sangre de las viruelas y sarampión. Todos los españoles lo dicen a una voz, los de aquel tiempo, y fue general esta enfermedad en toda la Nueva España, por eso les es de dar crédito desto que dicen del sarampión y viruela. Dicen que nunca habían tenido estas enfermedades y que los españoles las trujeron a la tierra. Ansí mismo el sacerdote susodicho me dijo, que habían venido al padre del cazonci muerto, los sacerdotes de la madre Cuerauáperi questaba en un pueblo llamado Zinapéquaro, y que le habían contado este sueño o revelación siguiente, del destruimiento y caída de sus dioses, que aconteció en Ucareo. El señor de aquel pueblo de Ucareo llamado Uiquixo tenía una manceba entre las otras mujeres que tenía, y vino la diosa Cuerauáperi, madre de todos los dioses terrestres, y que tomó aquella mujer de su misma casa. Decía esta gente, que [to]dos sus dioses entraban muchas veces en sus casas, y tornaban la gente para sus sacrificios. Pues llevó esta diosa [a] aquella mujer, un rato hacia el camino de México allí en el dicho pueblo, y tornó la a traer hacia el camino de Araró. Entonces púsola allí y desató se una xicala como escudilla, que tenía atada en sus naguas, y tomó agua, y lavó aquella xical, y echó un poco de agua en ella y echó dentro de la xical una como simiente blanca e hizo un brebaje, y dióselo a beber [a] aquella dicha mujer, y mudóle el sentido y díjole: "Vete, que yo no te tengo de llevar; allí está quien te ha de llevar; aquél que está allí compuesto; yo no te tengo de hacer mal ni sacrificar, ni tampoco aquél que te lleva te ha de hacer mal, y oirás muy bien lo que se dijere donde te llevare, que ha de haber allí concilio, y haráslo saber al rey que nos tiene a todos en cargo, Zuangua. Y fuese por el camino aquella mujer, y luego [se] encontró en el camino con una águila que era blanca, y tenía una berruga grande en la frente, y empezó el águila a silbar, y a enherizar las plumas, y con unos ojos grandes que decían ser el dios Curicaueri, y saludóla el águila, y díjole que fuese bien venida, y ella también le saludó, y díjole: "Señor, estés en buen hora." Díjole el águila: "Sube aquí, encima de mis alas, y no tengas miedo de caer." Y como subiese la mujer, levantóse el águila con ella, y empieza a silbar, y llevóla a un monte, donde está una fuente caliente, que hay en ella piedra zufre, y llevóla por aquel monte volando con ella, y era ya quebrada el alba, cuando la llevó al pie de un monte muy alto, que está allí cerca, llamado Xanoato hucatzio, y levantóla en alto, y vió aquella mujer que estaban asentados todos los dioses de las provincia, todos entiznados: unos tenían guirnaldas de hilos de colores en la cabeza: otros estaban tocados; otros tenían guirnaldas de trébol; otros tenían unas entradas en las molleras y otros de muchas maneras, y tenían consigo muchas maneras de vino tinto e blanco de maguey y de ciruelas y de miel, y llevaban todos sus presentes y muchas maneras de frutas a otro dios, llamado Curita caheri, que era mensajero de los dioses y llamábanle todos agüelo, y parescíale aquella mujer que estaban todos en una casa muy grande, y díjole aquel águila: "Asiéntate aquí, y de aquí oirás lo que se dijere." Y era salido el sol, y aquel dios Curita caheri se lavaba la cabeza con jabón y no tenía el tranzado que solía tener. Tenía una guirnalda de colores en la cabeza y unas orejeras de palo en las orejas, y una tinazuelas pequeñas al cuello y una manta delgada cubierta, y vino su hermano llamado Tirípemequarencha con él: estaban todos muy hermosos y saludáronle todos los otros dioses y decíanles: "Señores, seáis bien venidos" y respondía Curita caheri: "Pues habéis venido todos: mira no se haya quedado alguno por olvido que no hayáis llamado" y respondían: "Señor, todos habemos venido." Tornaba también a preguntar: "¿Han venido también los dioses de la man[o] izquierda?" Decíanle: "Todos han venido, señor." Tornó a decir: "Mirá no se os haya olvidado de llamar alguno." Respondieron ellos: "Todos hemos venido, señor." Dijo: "Pues dígalo mi hermano lo que se ha de decir y yo me quiero entrar en casa." Y díjoles Tirípemequarencha: "Acercaos acá dioses de la man[o] izquierda y de la man[o] derecha; el pobre de mi hermano dice lo que yo diré. El fue a Oriente do está la madre Cuerauáperi y estuvo algunos días con la diosa Cuerauáperi y estaba allá Curicaueri nuestro nieto y Xarátanga y Hurendequauécara y Querenda angápeti: todos estaban allá los dioses, y probaron de contradecir los pobres a la madre Cuerauáperi, y no fueron creídos los que querían hablar, y fueron rechazadas sus palabras, y no les quisieron recibir lo que querían decir: "Ya son criados otros hombres nuevamente y otra vez de nuevo han de venir a las tierras"; esto es lo quellos querían contradecir que no se hiciese, y no fueron oídos, y dijéronles: "Dioses primogénitos, esforzaos para sufrir, y vosotros, dioses de la man[o] izquierda: sea ansí como está determinado de los dioses, ¿cómo podemos contradecir esto questá ansí determinado? no sabemos ques esto: a la verdad no fué esta determinación al principio, questaba ordenado que no anduviésemos dos dioses juntos antes que viniese la luz, porque no nos matásemos, y perdiésemos la deidad, y estaba ordenado entonces, que de una vez sosegase la tierra que no se volviese dos veces, y que para siempre se habían de estar ansí, que no se había de mudar. Esto teníamos concertado todos los dioses antes que viniese la luz, y agora no sabemos que qué palabras son éstas: los dioses probaron de contradecir esta mutación, y en ninguna manera los consintieron hablar: "Sea ansí, como quieren los dioses, vosotros los dioses primogénitos y de la man[o] izquierda, íos todos a vuestras casas, no traigáis con vosotros ese vino que traís, quebrá todos esos cántaros, que ya no será de aquí adelante como hasta aquí, cuando estábamos muy prósperos: quebrá por todas partes las tinajas de vino: dejá los sacrificios de hombres, y no traigáis más con vosotros ofrendas, que de aquí adelante no ha de ser ansí: no han de sonar más atabales: rajaldos todos, no han de parescer más cúes, ni fogones, ni se levantarán más humos. Todo ha de quedar desierto, porque ya vienen otros hombres a la tierra; que de todo en todo han de ir por todos los fines de la tierra, a la man[o] derecha y a la man[o] izquierda, y de todo en todo, irán hasta la ribera del mar y pasarán adelante, y el cantar será todo uno, y que no habrá muchos cantares como teníamos: mas uno solo por todos los términos de la tierra. Y tú, mujer, que estás aquí, que nos oyes, publica esto, y háganselo saber al rey, que nos tiene a todos en cargo, Zuangua." Respondieron todos los dioses del concilio, y dijeron que ansí sería, y empezaron a limpiarse las lágrimas, y deshízose el concilio: y no paresció más aquella visión. Y hallóse aquella mujer puesta al pie de una encina, y no vió en aquel lugar ninguna cosa cuando tornó en sí mas de un peñasco que estaba allí, y vínose a su casa por el monte y llegó a la media noche y venía cantando, y oyóla venir un sacristán de la diosa Cuerauáperi, que abrió la puerta, y despertó los sacerdotes y decíales: "Señores, levantaos, que viene la diosa Cuerauáperi, que ya ha abierto la puerta." Decía esta gente, que cuando aquella diosa Cuerauáperi tomaba alguna persona, que entraba en ella y que comía sangre; por eso dice este sacristán, o guarda, que había venido la diosa Cuerauáperi, y estaban todos desnudos los sacerdotes, y asentados con sus guirnaldas de trébol en las cabezas y todos entiznados, y entróse aquella mujer de largo en la casa de los papas, y dió cuatro vueltas y levantóse y paso el fuego y tendióse de la otra parte del fuego, y los sacerdotes empezaron a sacrificarse de las orejas y decía la mujer: "Padres, padres, hambre tengo", y empezaron a dalle sangre, y tenía la boca abierta y tragaba aquella sangre que le daban que sentían ellos que la pasaba por la garganta, y tenía todos los bezos ensangrentados de la sangre que le daban. Y empezaron a tañer sus trompetas y atabales y echaron encienso en los braseros, y trujéronla en una procesión cuatro vueltas cantando con ella y bañáronla y ataviáronla. Pusiéronle unas naguas muy buenas y otra camiseta encima, y pusiéronle una guirnalda de trébol en la cabeza, y pusiéronle un pájaro contrahecho en la cabeza y unos cascables en las piernas, y trujeron mucho vino, y empezáronle a dar de beber, y fuéronselo a decir a su marido, que era el señor de Ucareo, questaba haciendo la cirimonia de la guerra, echando encienso en los braseros, y díjoles. "¿Pues qué hay, viejos?"; dijéronle ellos: "La señora es venida". Dijo él: "Ay, ay, ¿a qué hora vino?" Dijéronle ellos: "Señor, ahora poco ha vino." Dijo él: "Bien está, hacéselo saber al sacerdote de Araró, llamado Uaricha y al de Tzinapéquaro: id y calentá los baños." Y era de noche, y fuese a su casa, y bañóse en un baño caliente, y salió luego por la mañana y vinieron los sacerdotes que fueron a llamar y díjoles: "Agüelo, dicen que es venida la señora, ya la tornamos a ver a la diosa Cuerauáperi; vámosla a saludar." Y vistióse, que se había bañado, y fueron los sacerdotes a llevalle ofrenda y mantas y vino y encienso, y ofreciéronselo todo [a] aquella mujer y desnudáronla y vistiéronle otros vestidos nuevos, y saludáronla diciendo: "Señora, seas bien venida", y ella les tornaba a saludar y preguntáronle: "Señora, ¿cómo te halló la diosa?" Dijo la señora: "En casa estaba y allí me vió." Dijéronle: "¿Qué te dijo? cuéntalo aquí ¿qué habemos de decir al rey?" Respondió ella: "¿Qué me había de decir, agüelos? Como me vió allí, no me hizo mal, mas un águila me llevó y oí en lo alto del monte donde había un concilio de los dioses, dicen que otra vez han de venir hombres de nuevo a la tierra." Y contóles todo lo que había oído en el monte llamado Xanoato hucatzio, y apartáronse todos los sacerdotes en el patio y abajaron las cabezas en corrillos y dijo el señor de Ucareo: "Agüelos, ¿cómo esta mujer no lo dice de mala ques?, dice que han de venir otra vez hombres a la tierra: ¿dónde han de ir, los señores questán? ¿quiénes nos han de conquistar? ¿han de venir los mexicanos o los otomíes a conquistarnos, o los chichimecas? Dice que todo el reino ha de estar solo y desierto; idlo a decir al rey; no pienso que le placerá dello ¿cómo no os descuartizará vivos? ¿cómo no os sacrificará? Aparejaos a sufrir; yo no quiero ir por agora a la guerra mas estarme aquí, porque no me maten en la guerra. Mátenme aquí los que vinieren, sacrifiquenme aquí y cómame la diosa Cuerauáperi. Id por que reñirá el rey." Y partiéronse aquellos sacerdotes, y vinieron en tres días a la cibdad de Mechuacán, y el cazonci llamado Zuangua, estaba a la sazón cerca de su casa, en un lugar llamado Aratáquaro, y estaba borracho, y saludó a los sacerdotes y díjoles: "Madres, seáis bien venidas": porque desta manera decían a los sacerdotes de la madre Cuerauáperi, y ellos ansí mismo le saludaron. Díjoles: "¿Pues qué hay, viejos? ¿cómo venístes?", y contáronle todo lo que habían visto y oído [a] aquella susodicha mujer, y respondió Zuangua, y díjoles: "Por qué dijo eso el pobre de Uiquixo. ¿Es él rey? ¿por qué se turba? Cómo, ¿no es de baja suerte, y huérfano? ¿por qué os había de descuartizar, viejos? ¿Dónde vino? ¿es el rey?; cómo, ¿no es esclavo de los cativos?; y vosotros, ¿quién sois? Que de nosotros es la pérdida del señorío, que somos señores, y no de nosotros solos, mas empero de todas las provincias; yo no lo oíre, que primero moriré y no será luego, porque aun estaré algunos días y seré rey. Aquí están mis hijos, que les partiré el señorío y serán señores. Ahí está mi hijo Tzintzicha, que es el mayor y Tirimarasco, Cuini, Sirangua, Chacinisti, Timas, Taquiani, Patamu, Chuycico: todos estos hijos tengo, y no sé quién será el que señalare por rey, nuestro dios Curicaueri. Aquél oirá todo esto, y el pobre no será mucho tiempo señor, porque será maltratado, pobre de la gente baja: cuatro años será maltratado, después de los cuales sosegará el señorío, y yo no lo oiré, que primero moriré. ¿Esto es a lo que venís, viejos? Quiero os dar a beber y buscaros algunas mantas." Y sacáronles naguas de mujer, y otros atavíos y guirnaldas de oro para la diosa y plumajes, y diéronselo y díjoles: "Yo os quiero también contar a vosotros otra cosa, viejos; estas mismas palabras que vosotros habéis traído, trujeron de Tierra Caliente, y dicen que andaba un pescador en su balsa pescando por el río con anzuelo, y pico un bagre muy grande, y no le podía sacar, y vino un caimán, no sé de donde, de los aquel río, y trajo aquel pescador, y arrebatóle de la balsa en que andaba y, sumióse en el agua, muy honda, y abrazóse con el caimán, y llevóle a su casa aquel dios-caimán, que era muy buen lugar, y saludó aquel pescador y díjole aquel caimán: "Verás que yo soy dios: ve a la cibdad de Mechuacán, y di al rey que nos tiene a todos en cargo, que se llama Zuangua, que ya se ha dado sentencia, que ya son hombres, y ya son engendrados los que han de morir en la tierra por todos los términos: esto le dirás al rey. Esto es, agüelos, lo que acontenció allá en Tierra Caliente, que me hicieron saber, y todo es uno lo de Tierra Caliente y lo que vosotros traéis." Y despidiéronse los sacerdotes y tornáronse al señor de Ucareo, y contáronselo lo que decía Zuangua padre del cazonci muerto.
XX
De la venida de los españoles a esta provincia, según me lo contó don Pedro, que es agora gobernador, y se halló en todo,
y como Montezuma, señor de México, invió a pedir socorro al cazonci Zuangua, padre del que murió agora
Envió Moctezuma diez mensajeros de México y llegaron a Taximaroa, que vinían con una embajada al cazonci llamado Zuangua, padre
del que agora murió, que era muy viejo, y el señor de Taximaroa, preguntóles que qué querían. Dijeron ellos, que venían al cazonci con una embajada que los enviaba Moctezuma, que habían de ir delante dél, y que a él solo se lo habían de decir. Y envió el señor de Taximaroa a hacello saber al cazonci, el cual mandó que no les hiciesen mal, mas que los dejasen venir de largo. Y llegaron los mensajeros aquí a la cibdad de Mechuacán, y fueron delante del dicho señor Zuangua, y diéronle un presente de turquesas y charchuis, y plumajes verdes, y diez rodelas que tenían unos cercos de oro, mantas ricas y mástiles, y espejos grandes; y todos los señores e hijos del cazonci se disfrazaron y se pusieron unas mantas viejas, por no ser conoscidos, que habían oído decir que venían por ellos los mexicanos. Y asentáronse los mexicanos y el cazonci hizo llamar un intérprete de la lengua de México, llamado Nuritan que era su nauatlato intérprete, y díjole el cazonci: "Oye, ¿qué es lo que dicen estos mexicanos?, ¿a ver qué quieren?, pues que han venido aquí." Y el cazonci estaba compuesto y tenía una flecha en la mano que estaba dando con ella en el suelo, y los mexicanos dijeron: "El señor de México llamado Moctezuma nos envía, y otros señores, y dijéronnos: "Id a nuestro hermano el cazonci, que no sé qué gente es una que ha venido aquí y nos tomaron de repente: habemos habido batalla con ellos, y matamos de los que venían en unos venados, caballeros docientos, y de los que no traían venados, otros docientos, y aquellos venados traen calzados cotaras de hierro, y traen una cosa que suena como las nubes y da un gran tronido, y todos los que topa mata, que no quedan ningunos y nos desbaratan y hannos muerto muchos de nosotros, y vienen los de Taxcala con ellos, como había días que teníamos rencor unos con otros, y los de Tezcuco, y ya los hobiéramos muerto, si no fuera por los que los ayudan, y tienennos cercados, aislados en esta ciudad. ¿Cómo no vendrían sus hijos [a] ayudarnos, el que se llama Tirimarasco, y otro Cuini y otro Azinchi, y trairían su gente y nos defenderían. Nosotros proveeremos de comida a toda la gente, que aquella gente que ha venido está en Taxcala, allí moriríamos todos." Oida la embajada, Zuangua respondió: "Bien está, bien seáis venidos, ya habéis hecho saber vuestra embajada a nuestros dioses Curicaueri y Xarátanga, yo no puedo por agorar inviar gente, porque tengo nescesidad desos que habéis nombrado; ellos no están aquí, questán con gente en cuatro partes conquistando. Descansá aquí algún día, y irán estos mis intérpretes con vosotros, Nuritan y Piyo y otros dos: ellos irán a ver esa gente que decís entre tanto que viene toda la gente de las conquistas." Y salieron fuera los mensajeros y pusiéronlos en un aposento y diéronles de comer y hizo dalles mástiles y mantas y cotaras de cuero y guirnaldas de trébol y llamó el cazonci [a] sus consejeros y díjoles: "¿Qué haremos?, gran trabajo es éste de la embajada que me han traído. ¿Qué haremos? ¿Qués lo que nos [ha] acontecido, que el sol estos dos reinos solía mirar, el de México y éste. No habemos oído en otra parte que haya otra gente; aquí sirvíamos a los dioses. Aquí propósito tengo de inviar la gente a México, porque de continuo andamos en guerras, y nos acercamos unos a otros, los mexicanos y nosotros y tenemos rencores entre nosotros. Mirá que son muy astutos los mexicanos en hablar, y son muy arteros a la verdad: yo no tengo nescesidad, según les dije; mira no sea alguna cautela. Como no han podido conquistar algunos pueblos, quiérense vengar en nosotros y llevarnos por traición a matar y nos quieren destruir; vayan estos nauatlatos y intérpretes que les he dicho que irán, que no son muchachos para hacello como mochachos, y éstos sabrán lo que es." Respondiéronle sus consejeros: "Señor, mándalo tú que eres rey y señor, ¿cómo podremos contradecir?, y vayan estos que dices." Primero mandó traer muchas mantas ricas y xicales, y cotaras de cuero, y de las na[g]uas, y mantas de sus dioses ensangrentadas, como las [que] habían traído de México para sus dioses y de todo lo que había en Mechuacán, y diéronselo a los mensajeros que lo diesen a Moctezuma, y fueron con ellos los nautlatos para ver si era verdad. Y envió el cazonci gente de guerra por otro camino y tomaron tres otomies y preguntáronles: "¿No sabéis algunas nuevas de México?", y dijeron los otomíes: "Los mexicanos son conquistados, no sabemos quién son los que los conquistaron: todo México está hediendo de cuerpos muertos, y por eso van buscando ayudadores que los libren y defiendan; esto sabemos cómo han enviado por los pueblos por ayuda." Dijeron los de Mechuacán: "Ansí es la verdad, que han ido; nosotros lo sabemos." Dijeron los otomíes: "Vamos, vamos a Mechuacán; llevadnos allá, porque nos den mantas, que nos morimos de frío: queremos ser subjetos al cazonci." Y viniéronlo a hacer saber al cazonci cómo habían cativado aquellos tres otomíes, y lo que decían y dijeron: "Señor ansí es la verdad, que los mexicanos están destruídos y que hiede toda la cibdad con los cuerpos muertos y por eso van por los pueblos buscando socorro; esto es lo que dijeron en Taximaroa, que allí se lo preguntó el cacique llamado Capacapecho." Dijo el cazonci: "Seáis bien venidos, no sabemos cómo les subcederá a los pobres que inviamos a México, esperemos que vengan, sepamos la verdad."